jueves, 13 de junio de 2013

LAS VICTIMAS DE LA VIOLENCIA Y LA DELINCUENCIA (POR FERNANDO SIBILIO)

Decimos que estos males son una degradación de nuestras vidas, el hundimiento estrepitoso de nuestro modelo social y la obra maestra de inteligencias fracasadas.  En nuestro caso, la caída violenta de la dignidad de las víctimas.  Aunque vivimos una democracia indolente, sin obligaciones ni sanciones, que concede solo derechos porque los deberes carecen de atractivo político.

Pudieran pensar los lectores que dramatizamos la situación de las víctimas, pero al momento en que una mujer o un hombre, con urgencias sexuales, toma una niña o un niño, como una mera hembra o macho, como un instrumento de sus deseos pervertidos, actúa respondiendo a sus instintos naturales, aunque inmoralmente.

Agreden estas violaciones la vida de estas personas, y son ellas – las víctimas – quienes sostienen contra si mismas la dignidad de los derechos, las garantías del debido proceso de ley, y somos sus posibles víctimas quienes garantizamos la vigencia de sus derechos.  ¿Qué código garantiza la circulación de los ciudadanos en este Estado de Derecho?

Pensemos en que estos males son contagiosos y toda democracia tendrá límites y parecerá inútil frente a sus acciones; puesto que se apoyará en procedimientos éticos y legales para combatirlos.  Sin embargo, hemos caído en un estado de arrogancia y fuerza, en el cual autoridades, delincuentes y criminales cometen abusos contra la población, y donde muchas cosas discutibles ni se discuten ni se piensan.

Necesitamos planes políticos y sociales que aporten inteligencia a la desconfianza, a las cautelas y al miedo de los ciudadanos, para que estos se transformen en fundamentos democráticos de los valores y deberes de convivencia pacífica y de orden.

Luce inerme nuestra democracia frente a la violencia, la criminalidad y la delincuencia, porque su pecado original es la filosofía que la precede.  Esta culpabilidad política es la que altera el orden de las jerarquías y de las prioridades de todos los proyectos y procedimientos de protección y seguridad ciudadana. Por eso, la realidad de estos males aparece difractada y las autoridades, los cuerpos policiales, las fuerzas de seguridad y el Ministerio Público dudan hasta de su propia identidad democrática.

Examinemos la militarización de politur, de la policía escolar, de los aeropuertos, de los puertos, de las fronteras terrestres y como la radicalización de estos males, por la complicidad y la implicación de militares y policias en las operaciones de los criminales, desalojan a los ciudadanos, a las instituciones públicas y privadas y a la sociedad de su dignidad democrática.

Dependemos, víctimas y víctimas potenciales, de las aventuras gubernamentales, lo que obliga a las víctimas a pactar con los delincuentes y con los criminales los daños recibidos.  Con protocolos indecentes de pagos por la devolución de bienes robados, con la intermediación de oficiales policiales, como prolongación catastrófica de esta enfermedad del poder político y social dominicano.

Estamos enfrentados a situaciones bien vertebradas, ubicuas y esquivas donde al parecer carecemos de interlocutores capaces de percibir, con claridad, sus responsabilidades.  Y una cosa es la nueva modificación al código procesal penal o la reforma policial, con la que quieren conformarnos, y otra muy distinta es, atacar los problemas generales de la violencia, la criminalidad y la delincuencia.

Rogamos de las autoridades una clara conciencia de nuestra situación regional y de las precariedades administrativas y de gobierno para afrontar este reto.  Mas allá del afán de las autoridades en vender los progresos penales como la anulación de la injusticia y de los abusos de los delincuentes contra sus víctimas.


Santo Domingo, D. N.


13 de Junio, 2013.- 

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